Sueños - Profesor Miguel Antonio Ojeda - Instituto CEPE de Argentina
Sueños
EL ámbito cultural en que nos movemos enseña a desconfiar de todo aquello cuya verificación y medida no es posible calibrar con exactitud. De modo que las zonas sombrías de la mente humana, anverso y asentamiento de nuestra lucidez, han permanecido injustamente soslayadas al conocimiento científico hasta las postrimerías del siglo XIX, Y es ahora cuando, tímidamente, comienza a descorrerse el velo de un paisaje sobrecogedor.
Los habitantes oscuros
Seres angélicos y monstruos horrendos parecen habitare n las cavernas más profundas del a mente humana. ¿Por qué escapan de sus mazmorras ya floran a la concienciad el durmiente? ¿Por qué son más reales ciertos sueños que la percepción vigil?
Todos
los hombres sueñan cuando están dormidos, pero todavía ignoramos en qué estado
de la evolución animal el homínido o el presimio comienzan a experimentar
percepciones de carácter onírico. La arqueología no ha podido brindarnos
pruebas de que el hombre del Neolítico tuviese más desarrollados los mecanismos
de percepción extrasensorial, como postulan muchos parapsicólogos, pero sí
podemos concluir que su conducta respecto a los sueños no era muy diferente a
la del «homo sapiens» de nuestros días.
Nos
llegan documentos arqueológicos de Egipto. Un pueblo que vivía tan emocionalmente
los problemas de la muerte en su dimensión religiosa, tenía necesariamente que
enfatizar el magno problema de los sueños.
Los
egipcios estaban convencidos de que los dioses de su particular Olimpo, rico de
bellos simbolismos, se presentaban ante los mortales en el curso de las
vivencias oníricas. Sin embargo, no existe evidencia de que aceptasen la teoría
acerca del momentáneo abandono del alma mientras dormían, No obstante, los
sacerdotes del alto Egipto poseían ya un código para la interpretación de los
sueños.
El
llamado papiro de Chester Beatty (localizado en Tebas), que se conserva en
Londres, llega a curiosas conclusiones en cuanto al enmascaramiento del
contenido oculto de los ensueños. Idea que el moderno psicoanálisis recoge hoy
con generosidad. Así, soñar que las posaderas del durmiente están sin
protección es síntoma de la próxima muerte de sus padres. Cortar un tronco de
árbol simbolizaría, por el contrario, la destrucción de los enemigos.
La
historia bíblica de los sueños de José se inscribe en este contexto puesto que
los contenidos oníricos tendrían casi siempre un significado profetice.
Recordemos
uno de los más notables sueños reflejados en los textos que han llegado hasta
nosotros. Setme Khamua es un gran sacerdote, pero desgraciadamente padece
frigidez sexual. Su esposa sueña un episodio simbólico que, interpretado
convenientemente, le brinda el remedio de sus males. Va al dormitorio y ofrece
al esposo el afrodisíaco que los dioses le han aconsejado de forma críptica. El
sacerdote yace con ella y tienen un hijo.
Hasta
qué punto los egipcios enfatizan y sacralizan el poder de los sueños lo prueba
la existencia de la notable casta de «Magos de los arcanos». Ellos inducían el
sueño a sus pacientes en el seno de un templo de Memfis donde se adoraba la
efigie de Imhotep, el Señor de las curaciones sagradas. Y para ello utilizaban
hierbas que sin duda debían contener estupefacientes o alcaloides hipnógenos.
Donde nace la magia
En las riberas del Éufrates nace la magia.
Los
caldeos y su cultura son la frontera con el animismo, esa creencia en que el
hombre está rodeado por los espíritus de las cosas visibles: el sol, los
árboles, las montañas, Pero los magos desarrollan un complejo ceremonial para
invocar esas fuerzas y dominarlas a su antojo. Sin embargo, el pueblo llano se
siente sobrecogido por esa pléyade de dioses y espíritus a veces malignos, Era
lógico que otorgasen un gran valor predictivo a los sueños.
Cuando
un rey soñaba, los dioses le presentaban diáfanamente sus consejos, pero la
soldadesca y los vasallos sólo tenían sueños crípticos que debían ser
descifrados por los magos. Aquellos episodios oníricos cargados de monstruos o
elementos terroríficos eran signo de enfermedad. Interpretarlos suponía que el
«mal» podría huir del cuerpo, con lo cual se adelantaron muchos siglos a la
moderna escuela psicoanalítica.
Los
textos de Asurbanipal nos ofrecen sugestivas explicaciones acerca de algunos
sueños. Si un hombre se ve flotar en el vacío -ese sueño universal que todos
hemos experimentado- es que puede quedar arruinado.
Para
los miembros de la etnia judía, los sueños extraños no deben tener significado:
son malignos, fruto de la enfermedad, pues Jehová si lo desea podrá hablar
claramente cuando dormimos. Sólo los gentiles como Nabucodonosor podían tener
revelaciones crípticas. Pero la esposa de Poncio Pilatos solicita de éste que
no condene a Jesús: «hoy he sufrido por este hombre muchas cosas en mi sueño».
Hay un evangelio apócrifo (Nicodemo) que insiste acerca de este famoso sueño.
Los sacerdotes judíos acusan a Cristo de conspirador contra la ley, más la
mujer de Pilatos insiste en contra relatando lo que había visto mientras
dormía. Más los orgullosos jerarcas le advierten: ¿No te decíamos que ese Jesús
es un mago del mal? él te ha provocado tu sueño.
Los
griegos, padres del racionalismo moderno, no son menos remisos en juzgar que
los sueños están inspirados por instancia divina. Zeus sería el máximo
inductor. Ellos los clasifican en «verdaderos» y «engañosos» y encuentran a
veces graves dificultades para distinguirlos.
La incógnita interminable
¿Qué
factor obliga al hombre a despertarse y a iniciar el sueño? ¿Qué ocurre con los
sentidos en esa fase fisiológica? ¿Siguen oyéndose los sonidos y oliéndose los
aromas dispersos en la alcoba? ¿Cuántas horas necesita realmente el hombre para
dormir? ¿Es el sueño semejante al estado de trance experimentado por la persona
hipnotizada? ¿Puede despertarnos el «silencio»? ¿Podemos razonar, pensar,
resolver problemas en el curso de esta etapa de inmovilidad? Esos y otros
interrogantes se plantearon durante mucho tiempo, tanto el científico como el
hombre de la calle. Algunos están hoy casi resueltos.
Otros
suscitan nuevas preguntas en una interminable secuencia, e incógnitas que
parece prolongarse sin solución de continuidad.
A
lo largo de estos últimos años surgieron las más diversas teorías para explicar
las razones por las cuales el organismo animal necesita dormir. Algunos
estudiosos pensaron que el sueño se debía a la secreción de ciertas toxinas
orgánicas, como ciertos ácidos o sustancias hipnógenas segregadas por el mismo
organismo. Claparede veía en los sueños una consecuencia de los ritmos
biológicos y tal vez no estuviera muy descaminado. Se pensó también que la
anoxia (falta de oxígeno) podría generar ese estado. La necesidad por parte de
los tejidos orgánicos de autorregenerarse diariamente fue esgrimida como causa
cuando aún la moderna biología no había clarificado los mecanismos celulares.
Hubo
quien pensó en las influencias cosmológicas de ciertas radiaciones y quien
trató de buscar un correlato con hipotéticas programaciones en el código
genético.
Bien:
dormimos, y algunos zoólogos nos llaman la atención acerca del hecho
constatable en casi todos los animales, de que el estado de sueño es en
realidad el más normal. Mientras un individuo duerme su economía energética es
máxima. El consumo de alimento, oxígeno, etcétera es menor, su esfuerzo
muscular es también pequeño, su desgaste interno y el metabolismo se reducen
considerablemente, Cuando el animal se despierta, lo hace por una emergencia.
Debe defenderse, alimentarse, proteger su hábitat. Ese estado vigil (despierto)
es excepcional para el ser vivo, Sin embargo, el hombre, que se resiste a
adoptar un papel pasivo, vegetativo, invierte los términos y convierte lo
normal (el sueño) en excepcional y lo vigil en un estado en que ha desarrollado
toda la inmensa cultura que le ha elevado a la cúspide de la biomasa que puebla
la tierra.
Pocas
personas se han parado a pensar, sin embargo, en lo que significa el período de
sueño que nos inmoviliza durante unas ocho horas o nueve, diariamente. Uno de
nosotros que alcance la edad de setenta años, ha vivido realmente cincuenta. El
resto, unos veinte ¡se los ha pasado durmiendo!
¿Qué
ocurre en el interior del cerebro? Todos sabemos que la corteza cerebral
mantiene una agitada actividad cuando estamos despiertos. En el lóbulo
temporal, un área mantiene gran dinamismo eléctrico cuando escuchamos una
melodía, y una zona gobierna todos los movimientos musculares externos mientras
la zona frontal parece que desarrolla un trabajo neuronal relacionado con el
pensamiento, el raciocinio, la censura intelectiva, La parte posterior
(occipital) estará relacionada con la visión.
La angustia del silencio
Corresponden
a los distintos órganos sensoriales que están recibiendo en ese momento
información y la proyectan eléctricamente en esas áreas, Cuando llegue la noche
y el individuo repose con la cabeza reclinada sobre la almohada, poco a poco,
los «inputs» sensoriales se van apagando. Esas entradas de información van una
tras otra inhibiéndose. Nuestro cerebro luminoso hipotético e ideal se apaga.
Si acaso algún que otro destello pequeñísimo daría fe de cierta actividad
residual.
La
carencia de actividad sensorial parece ser una característica interesante del
sueño. Las cosas ocurren como si el organismo quisiera también dejar reposar
los mecanismos neurosensores que nos ponen en relación con el marco externo.
Pero
no se piense que hemos roto todo contacto con el exterior. Aún quedan
mecanismos de alerta que nos pueden avisar del peligro. Por ejemplo, el llanto
de un niño despierta súbitamente a la madre mientras su papá tal vez siga
durmiendo a «pierna suelta». En esta mujer todavía quedó durante la noche un
foco e actividad situado en el lóbulo temporal. Parece ser que la actividad
«pensante» (cortico-frontal) no cesa durante el sueño, aunque se cortan todas
las conexiones nerviosas con los órganos motores susceptibles de traducir en
energía muscular todas las elaboraciones intelectuales.
También
se ha comprobado que disponemos de un mecanismo defensivo que selecciona todos
los estímulos externos y ello funciona tanto cuando dormimos como cuando
estamos despiertos.
Cuando
un ruido o una imagen luminosa, o un desagradable olor acre activa reiterada y
monótonamente uno de nuestros sentidos, acabamos por no percibirla, «sentimos,
pero no oímos». Los empleados de una droguería acaban por adaptarse al aroma
desagradable de las mil sustancias almacenadas, y finalmente dejan de percibir
su presencia agresiva. Los que viven frente al mar saben el pequeño esfuerzo
que han de hacer para escuchar realmente el batir de las olas, pues la fuerza
de la costumbre acabó por hacerlos inmunes al rumor.
Hace
pocos años, en un suburbio de Nueva York, suprimieron un tren nocturno que
hacía su recorrido por un largo túnel del metro. La primera noche, el comisario
de policía del distrito recibió muchas llamadas. Multitud de vecinos se
despertaban angustiados («algo estaba ocurriendo muy grave pero no sabían qué»)
y transmitían su inquietud y ansiedad. Ese algo era que no pasaba el tren a las
horas fijadas y ello trastornaba la mente programada para aceptar las
vibraciones habituales.
Es,
por tanto, el «cambio» de estímulo que nos alerta. El ruido intenso puede
despertarnos, y también el insólito silencio inesperado.
La aventura de soñar
La
reconstrucción del pasado no es, desde luego, algo fácil, pero podemos admitir
sin vacilación que nuestros antepasados de hace tres mil años o más soñaban de
la misma manera que nosotros. Sabemos que todos los pueblos antiguos han
atribuido a los sueños un importante valor y los han considerado de cierta
utilidad práctica, hallando en ellos indicaciones relativas al futuro y
dándoles el significado de presagios.
Un
eco de la primitiva concepción de los sueños se nos muestra indudablemente en
la idea que de ellos se formaban los pueblos de la antigüedad clásica. Admitían
éstos que los sueños se hallaban en relación con el mundo de los seres
sobrehumanos de su mitología y traían consigo revelaciones divinas o
demoníacas, poseyendo además una determinada intención muy importante respecto
al sujeto: generalmente, la de anunciarle el porvenir, De todos modos, la
extraordinaria variedad de su contenido y la impresión por ellos producida,
hacía muy difícil llegar a establecer una concepción unitaria, y obligó a
construir múltiples diferenciaciones y agrupaciones de los sueños, según su
valor y autenticidad.
La
opinión de los filósofos antiguos sobre el fenómeno onírico dependía de la
importancia que cada uno de ellos concedía a la adivinación.
Aristóteles
consagra dos estudios a esta materia y en ellos los sueños pasan a constituir
objeto de la Psicología. Para el filósofo griego los sueños no son de
naturaleza divina, sino demoníaca, pues la Naturaleza es demoníaca y no divina;
o dicho de otro modo: los sueños no corresponden a una revelación sobrenatural,
sino que obedecen a leyes de nuestro espíritu humano, aunque luego éste se
relaciona con la divinidad. Los sueños quedan así definidos como «la actividad anímica
del durmiente durante el estado de reposo».
Aristóteles
muestra conocer algunos de los caracteres de la vida onírica (o de los sueños).
Observa que los sueños amplían los pequeños estímulos percibidos durante el
acto de dormir («una insignificante elevación de temperatura en uno de nuestros
miembros nos hace creer en el sueño que andamos a través de las llamas y
sufrimos un ardiente calor»), y deduce de esta circunstancia que los sueños
pueden muy bien revelar al médico los primeros indicios de una naciente
alteración física no advertida durante el día, También Hipócrates dedica un
capítulo de su famosa obra médica a las relaciones entre los sueños y las
enfermedades.
Los
autores antiguos anteriores a Aristóteles no consideraban el sueño como un
producto del alma soñadora, sino como una inspiración de los dioses y señalaban
ya en ellos las dos corrientes contrarias que encontraremos siempre en la
estimación de la vida onírica. Se distinguían dos especies de sueños: los
verdaderos y valiosos, enviados al durmiente a título de advertencia o
revelación del porvenir, y los vanos, engañosos y fútiles, cuyo propósito era
desorientar al sujeto o causar su perdición.
En conexión con el universo
Para
él los sueños se dividían en dos clases:
1. Los «Enupnion»,
que estaban influidos por la realidad presente o pasada. A éstos pertenecían
los insomnia, que reproducen inmediata mente la representación dada o su
contraria, por ejemplo, el hambre y su satisfacción; y ephialtes, los que
amplían o deforman fantásticamente la presentación dada, por ejemplo, la
pesadilla.
2. Los «Oneiros»,
que determinan una significación con respecto al porvenir, y en ellos se
incluían: el oraculum, oráculo directo recibido en el sueño; vicio o la
predicción de un suceso futuro, y somnium, el sueño simbólico que necesitaba de
interpretación,
Esta
teoría se ha mantenido en vigor durante muchos siglos. De esta diversa
estimación de los sueños surgió la necesidad de una «interpretación onírica».
Considerándolos en general como fuentes de importantísimas revelaciones, pero
no siendo posible lograr una inmediata comprensión de todos y cada uno de
ellos, ni tampoco saber si un sueño incomprensible entrañaba o no algo
importante, era necesario hallar un medio de sustituir su contenido
incomprensible por otro inteligible y pleno de sentido. La concepción de los
antiguos sobre los sueños se hallaba de acuerdo con su total concepción del
Universo. La valoración dada a la vida onírica por algunas escuelas
filosóficas, por ejemplo, la de Shelling, es un claro eco del origen divino que
en la antigüedad se reconocía a los sueños.
Por
otra parte, no sabemos cómo se produjo la decadencia del arte de interpretar
los sueños. No podemos atribuir tal decadencia a los efectos del progreso
intelectual, ya que la Edad Media conservó cosas mucho más absurdas, El hecho
es que el interés por los sueños degeneró, poco a poco, en superstición. El
último abuso que de la interpretación onírica ha llegado hasta nuestros días
consiste en tratar de deducir de los sueños los números que saldrán premiados
en la lotería. En compensación, la ciencia exacta actual se ha ocupado de los
sueños repetidas veces, pero siempre con la intención de aplicar a ellos teorías
fisiológicas. Los médicos veían naturalmente en los sueños no un acto psíquico,
sino la manifestación, en la vida anímica, de excitaciones somáticas.
«¿Qué
diría la ciencia al saber que se quiere intentar descubrir el sentido de los
sueños»? Esta pregunta la formula Freud en su obra sobre los sueños, y continúa
diciendo: «Hagamos, pues, nuestro el prejuicio de los antiguos y del pueblo, y
sigamos las huellas de los primitivos onírico-críticos.»
En
primer lugar, deberemos hacer una matización sobre la denominación, En alemán
existen términos diferentes para designar el sueño -fenómeno onírico- y el acto
de dormir (Traum y Schlaf). Igualmente, en francés y en inglés (rêve y sommeil;
dream y sleep). Pero en español sólo poseemos un término -sueño- para ambos
conceptos. Para evitar confusiones, diremos «sueño» refiriéndonos al fenómeno
onírico, y para designar el acto de dormir emplearemos la palabra «reposo»,
El estado intermedio
Es
evidente, pues, que los sueños son una manifestación de la vida psíquica
durante el reposo, y que, si esta vida ofrece determinadas semejanzas con la de
la vigilia, también se separa de ella por considerables diferencias. Es posible
que entre el sueño y el estado de reposo existan relaciones aún más estrechas.
Muchas veces es un sueño lo que nos hace despertar, y otras se inicia el mismo
inmediatamente antes de un despertar espontáneo o cuando hay algo que viene a
interrumpir violentamente nuestro reposo. De este modo, el fenómeno onírico se
nos muestra como un estadio intermedio entre el reposo y la vigilia.
El
segundo de estos caracteres resulta más difícil de establecer y describir: los
procesos psicológicos del reposo difieren por completo de los procesos de la
vida despierta. En el estado de reposo asistimos a muchos sucesos en cuya
realidad creemos mientras dormimos, aunque lo único real que en ellos hay es,
quizá, la presencia de una excitación perturbadora. Dichos sueños se nos presentan
predominantemente en forma de imágenes visuales, acompañadas algunas veces de
sentimientos, ideas e impresiones. Pueden, pues, intervenir en nuestros sueños
sentidos diferentes al de la vista, pero siempre dominan en ellos las imágenes
visuales. De este modo, parte de la dificultad con la que tropezamos para
exponerlos en un relato verbal proviene de tener que traducir las imágenes en
palabras. No se trata aquí, en realidad, de una actividad psíquica reducida,
sino de algo cualitativamente diferente, sin que pueda decirse en qué consiste
tal diferencia.
Fechner
formula en una de sus obras la hipótesis de que la escena en la que se
desarrollan los sueños es distinta de aquella en que se desenvuelve la vida de
representación despierta.
Existen
diferencias tanto en lo que concierne a su duración aparente como en su
precisión, en la intervención de las emociones, en la persistencia, etcétera.
En cuanto a lo que pudiéramos calificar de dimensiones de los sueños, existen
algunos muy breves, que se componen de una sola o muy pocas imágenes y apenas
contienen una idea o una palabra. Hay otros cuyo contenido es
extraordinariamente amplio y que se desarrollan como verdaderas novelas
durante, en apariencia, largo tiempo. Hay sueños tan precisos como los sucesos
de la vida real, tanto que al despertar tenemos necesidad de cierto tiempo para
darnos cuenta de que no se ha tratado sino de un sueño. En cambio, hay otros
muy débiles y borrosos, e incluso en un solo y único sueño se encuentran, a
veces, partes de una gran precisión al lado de otras muy vagas.
Existen
sueños llenos de sentido, o por lo menos coherentes, y hasta ingeniosísimos y
de una fantástica belleza. Otros, en cambio, son embrollados, estúpidos,
absurdos y extravagantes.
Algunos
nos dejan completamente fríos, mientras que otros despiertan todas nuestras
emociones y nos hacen experimentar dolor hasta el llanto, angustia que nos hace
despertar, asombro, admiración, etc.
La
mayor parte de los sueños quedan olvidados inmediatamente después de despertar,
o, si se mantienen vivos durante el día, palidecen cada vez más y, al llegar la
noche, presentan grandes lagunas. Por el contrario, otros (por ejemplo, los de
los niños) se conservan tan nítidos que los recordamos a veces al cabo de
treinta años. Vemos, pues, que este mínimo fragmento de actividad psíquica
dispone de un repertorio colosal y es apto para recrear todo lo que el alma
crea en su actividad diurna; mas sus creaciones son siempre distintas de los
hechos de la vida despierta.
Orientaciones sobre el
estudio de los sueños
- Orientación médica:
Estos autores apenas atribuyen a los sueños el valor de un fenómeno psíquico.
Según ellos, los sueños son provocados exclusivamente por estímulos físicos o
sensoriales, que actúan desde el exterior sobre el durmiente, o surgen
casualmente en sus órganos internos. Lo soñado no podrá por tanto aspirar a
significación ni sentido. Los sueños deben considerarse, según esta
orientación, como un proceso físico inútil siempre, y en muchos casos
patológico. Todas las peculiaridades de la vida onírica se explican por la
incoherente labor que órganos o grupos de células del cerebro realizarían en el
sueño, obedeciendo a estímulos fisiológicos.
- Orientación popular:
La opinión popular, coincidente con la que sostienen los ocultistas, parece
mantenerse en la creencia de que los sueños tienen desde luego un sentido
-anuncio del porvenir- que puede ser puesto en claro extrayéndolo de su
argumento enigmático y confuso por un procedimiento interpretativo cualquiera.
Los más empleados consisten en sustituir, por otro, el contenido del sueño tal
y como el sujeto lo recuerda, ya sea trozo a trozo, conforme a una clave
prefijada (que puede denominarse desciframiento), ya sea sustituyendo la
totalidad del sueño por otra de la que el primero sea un símbolo (que puede
denominarse simbólica).
Métodos interpretativos
Ya
hemos visto que las teorías científicas no dejaban lugar al problema de la
interpretación, y sí en cambio había persistido una tradición que se había
empeñado en «interpretar» el sueño y para ello recurría a dos métodos
diferentes:
El
primero, el de la interpretación simbólica, toma en consideración todo el
contenido onírico y busca sustituirlo por otro contenido comprensible y en
algunos aspectos análogo, Un ejemplo de este procedimiento es la explicación
que según la Biblia hizo José del sueño del Faraón, Siete vacas gordas, después
de las cuales vendrían siete vacas flacas que se las comerían, He ahí el
sustituto de la profecía de siete años de hambre en Egipto, que consumirían
todos los excedentes dejados por siete años de buenas cosechas.
Desde
luego, no puede darse indicación alguna del camino que ha de llevar a semejante
interpretación simbólica. El producto queda librado a la ocurrencia aguda, a la
intuición directa, y por eso la interpretación de los sueños mediante el
simbolismo puede elevarse a la condición de práctica de un arte que parecía
unido a dotes particulares.
El
segundo método podría definirse como «método del descifrado», pues se trata el
sueño como una suerte de escritura cifrada en que cada signo ha de traducirse,
merced a una clave fija, en otro signo de sentido conocido. Por ejemplo, he
soñado con una carta, pero también con unos funerales, etc., ahora busco en un
«libro de sueños» y encuentro que «carta» ha de traducirse por «disgusto», y
«funerales» por «esponsales». Una variación interesante de este procedimiento
del descifrado, que -de alguna manera corrige su carácter de traducción puramente
mecánica, se expone en el escrito sobre interpretación de los sueños
Oneirocritica, de Artemidoro de Dalcis.
Este
autor, que probablemente naciera a principios del segundo siglo de nuestra Era,
insistió en la importancia de fundar la interpretación de los sueños en la
observación y en la experiencia, y separó su arte tajantemente de otros. Su
principio interpretativo se basa en la teoría de la asociación, Una cosa
onírica significa aquello que evoca; entendemos que la evoca el intérprete
-diferencia radical con el método psicoanalítico, ya que en éste la asociación
debe partir siempre del soñante.
No
obstante, Artemidoro atiende no sólo al contenido del sueño, sino a la persona
y a las circunstancias de la vida del soñante, de tal modo que el mismo
elemento onírico tiene significado diferente para el rico, el hombre casado o
el orador, que, para el pobre, el soltero, etcétera. Pero he aquí lo esencial
de este procedimiento: el trabajo de interpretación no se dirige a la totalidad
del sueño, sino a cada uno de sus fragmentos, como si el sueño fuera un
conglomerado y cada uno de los diferentes bloques reclamase una estimación
particular,
El lenguaje onírico
Sin
duda, fueron los sueños sin concierto y confusos los que movieron a crear el
método del descifrado. Los libros orientales del sueño casi siempre emprenden
la interpretación de los elementos oníricos por la homofonía y la semejanza de
las palabras,
El
más bello ejemplo de interpretación de sueños que nos ha legado la antigüedad
se basa en un juego de palabras, Artemidoro cuenta: «Peréceme, empero, que
también Anstandro dio a Alejandro de Macedonia una feliz interpretación cuando
éste, habiendo rodeado y puesto sitio a Tiro y sintiéndose disgustado y
decepcionado por el tiempo que duraba, soñó que veía a un sátiro danzar sobre
su escudo, Descomponiendo la palabra «sátiro» en «sa y Tiro» (sa tiro = tuya es
Tiro), Aristandro hizo que el rey redoblara su empeño de sitiar la ciudad y
adueñarse de ella.» Los sueños dependen tan estrechamente de la expresión
lingüística que se puede decir que toda lengua tiene su propio lenguaje
onírico. Un sueño es, por lo general, intraducible a otras lenguas.
Sueños que se realizan
Un
ejemplo clásico para los parapsicólogos de sueño premonitorio, perfectamente
dramatizado y escenificado, es el que tuvo monseñor Joseph Yon Lanyi, obispo
entonces, pero que había sido años antes profesor del Archiduque Francisco
Fernando de Austria Hungría. Aunque ya es conocido por nuestros lectores,
conviene traerlo de nuevo a colación con más detalles.
El
sueño tuvo lugar en Groswardem (Hungría), donde residía el obispo. En sueños se
contempló a sí mismo recogiendo el correo de una bandeja donde la servidumbre
solía presentárselo. Entre la correspondencia, destacaba una esquela con los
bordes de luto y el escudo del Príncipe.
Cuando
abrió la esquela para dar lectura a su contenido, cambió la escena, como si se
tratara de un segundo acto del drama: ahora se hallaba el señor obispo
contemplando una gran polvareda que envolvía el automóvil en que viajaban el
Archiduque y su esposa; ésta se cubría con un gran sombrero. Mucha gente
aclamaba a los egregios viajeros. De pronto, unos disparos, un gran tumulto, y
el rostro del Príncipe vuelto hacia él, mirándole, ensangrentado. Luego, otro
cambio de escenario y de personajes: damas enlutadas formando largas filas y
rezando.
Y,
de pronto, nuevamente el obispo sostenía en sus manos la esquela, la abría y
procedía a su lectura: «Quiero informarle que mi esposa y yo acabamos de morir
en Sarajevo, asesinados alevosamente por un fanático. No nos olvide en sus
oraciones. Archiduque Francisco Fernando.»
Era
el 28 de junio de 1914. Aquella mañana el obispo contó a sus familiares y
sirvientes el contenido del sueño, y tuvo la precaución de anotar todos los
detalles que recordaba. Transcurridas nueve horas aproximadamente, ocurrió en
realidad el asesinato, que tanta trascendencia tuvo para la historia de Europa.
En este caso, seguramente la presentación del sueño premonitorio, su puesta en
escena, estuvo regida por el profundo afecto que mutuamente se profesaban el
Archiduque y su antiguo profesor.
Otra
forma muy común de realizarse la premonición mediante el sueño es utilizando
los elementos simbólicos, que luego deben ser interpretados para poder lograr
el total significado de la adivinación. Se trata de un proceso complejo que, en
ocasiones, el sujeto que sueña no está en condiciones de descifrar, Este
simbolismo de los sueños equivaldría a las imágenes y metáforas de la obra
literaria. Es frecuente, en estos casos, que el significado total del aviso
quede en gran parte oculto, persistiendo sólo en el ánimo del vidente una
especie de mensaje acerca de un suceso, la mayor parte de las veces luctuoso,
en forma de presentimiento.
Si
le preguntamos sobre lo que ha soñado, difícilmente podrá respondernos de
manera clara y precisa: preferirá contarnos que se ha encontrado sobrecogido
por un presentimiento. Veamos un ejemplo.
Franklin
Prince, parapsicólogo norteamericano, ha relatado que tuvo un sueño cuyo
significado le pareció en principio irrelevante. Durante él una bella dama, de
abundante caballera rubia, le entregaba un papel, «Cuando yo -relata Prince- lo
abrí y procedí a su lectura, lo primero que me chocó fue que los caracteres
estaban escritos con tinta roja. Cuando concluí la lectura me di cuenta de que
a través de ella se me daban una serie de instrucciones para matar a la bella
dama que me había entregado el mensaje. En definitiva, yo solamente tendría que
levantar la mano para que la ejecución se cumpliera. En el sueño percibí cómo
la luz iba atenuándose hasta quedarnos a oscuras, Ella estaba sentada en un
taburete, esperando mi decisión, Su mano estrechaba con fuerza la mía. Yo no
sabía por qué, pero estaba seguro de que la estaban degollando. Percibía su
sangre deslizándose por su cabellera y su cuello seccionado. No sé cómo tuve la
certeza de que su cabeza estaba ya cortada. Sus dientes se habían hincado en mi
mano.»
Al
día siguiente la policía encontró el cadáver de una joven rubia, cuya imagen
correspondía a la visualizada en sueños por Prince. Era una pobre perturbada
llamada Sara Hand. Junto a su cuerpo se halló un papel manuscrito en que
recomendaba que alguien procediese a cortarle el cuello, pues estaba convencida
que podría seguir viviendo privada de su cabeza, que para tan poco le servía.
El éxtasis del vidente
En
el caso de los profetas y videntes religiosos, las premoniciones se producen,
bien en sueños, no difiriendo entonces de los sueños premonitorios a los que
nos venimos refiriendo, o durante el éxtasis místico, que es un estado alterado
biológico y psíquico.
El
vidente que cae en éxtasis se pone rígido y frío, el rostro se ilumina, sus
ojos se fijan sin parpadear en el punto donde se está produciendo la visión
celestial, pierde la noción de cuanto le rodea. Es entonces cuando recibe el
mensaje premonitorio o profecía,
El
mecanismo no se conoce muy bien; pero parece ser que se produce en su mente
alterada una especie de resplandor o «flash», una visión de conjunto y una idea
global de la profecía, que después el vidente deberá interpretar y transmitir a
los demás.
No
se comprende de otra forma que la entidad aparecida y a quien se debe el
mensaje -casi siempre Jesús o la Virgen- manifiesten las simplezas que sus
videntes comunican, y en el lenguaje impreciso y generalmente vulgar en que lo
hacen. Es decir, el vidente en éxtasis transmite lo que ve y lo que entiende,
pero a su manera.
Lenguajes del abismo
¿Existe
alguna clave universal capaz de descifrar los mensajes oníricos? ¿Qué método
seguir para no extraviarse en esos bosques frondosos y enigmáticos? ¿Cómo podemos
establecer un diálogo amistoso con ese “yo desconocido”?
El
conjunto de todas las vivencias oníricas se presenta como un frondoso bosque de
representaciones exóticas en ocasiones, trágicas, otras cómicas y siempre
disparatadas, cuyas escenas, unas veces expresan con sencillez infantil lo que
queremos y deseamos, otras veces engarzan de una forma anárquica emotivos y
viejos episodios ya vividos, Cuando montamos un puzzle, podemos errar y colocar
la cabeza de un elefante a un esbelto caballo. O dramatizamos fantásticas
representaciones a expensas de los más variados temas. Al fin y al cabo, los
contenidos psíquicos en nuestro inconsciente se mezclan desordenadamente como
las piezas de un rompecabezas. Nuestra mente puede lúdicamente entretenerse
encajándolas caprichosamente y el resultado es ese caleidoscópico engendro, que
no por eso carece de poesía y mágico encanto.
Como
apuntaba Maury, también los estímulos internos y externos condicionan y modulan
esos sueños. Si alguien nos sopla en el rostro mientras plácidamente reposamos
en la almohada, podemos vernos luchando contra la potencia de una fuerte
ventolera en medio del campo, y un niño que se orina en la cama puede sentirse
retozando en la playa mientras las cálidas olas acarician sus piececitos.
Sólo
unos cuantos sueños pueden, por tanto, considerarse como significativos y
simbólicos. Sobre todo, aquellos que se repiten con extraña insistencia todas
las noches o al menos con relativa frecuencia. Ellos pueden ser sintomáticos de
alguna neurosis, y enmascarar algún contenido psíquico que se esfuerza por
aflorar.
Ya
hemos apuntado que, desde la más remota antigüedad, magos y sacerdotes
otorgaron a los sueños un gran valor trascendente, Uno de los más brillantes
intérpretes clásicos, Artemidoro, ese adivino griego del siglo II a. de C.
insiste en el carácter profetice de todos los sueños. Y así lo han aceptado los
esoteristas de todos los tiempos que ha convertido el arte de la descripción
onírica en una de las más importantes mancias tras la Astrología y la
Cartomancia.
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